Carta para Camilo Jiménez
Señor Camilo Jiménez,
Mi nombre es
Victoria Tobar, tengo 20 años, soy estudiante de Comunicación Social con
énfasis Audiovisual de la Universidad Javeriana, y leí su emotiva
carta de renuncia. Quiero decirle que no encontré un sólo error de
sintaxis, ortografía o cohesión. De antemano me disculpo con usted y
todos los que lean esta carta, en respuesta a la suya, porque
seguramente aquí sí encontrarán un par. Sin embargo, lo que sí encontré
en su declaración -o cualquiera que sea el género al que pertenece su
texto- fue una serie de inconsistencias en los motivos que sustentan su
renuncia.
En primera
instancia -y haciendo referencia al segundo párrafo- me parece que su
argumento, básicamente, es que sus estudiantes deberían saber escribir
un resumen decente porque
vienen de familias bien, comen bien, y estudiaron en colegios bien. En
ese orden de ideas, si bien entiendo, tomar aguadepanela, comer huevito
con arroz, tener un papá carpintero o celador, y no haber salido nunca
del país, son condiciones de la existencia que atrofian el cerebro, la
capacidad de análisis y la actitud crítica. Pero bueno, ese ni siquiera
es el punto. Lo importante, y lo que quiero decirle, es que su
declaración es sumamente injusta. Es una extensa -y en varios puntos
desacertada- crítica de la disposición actual de los estudiantes hacia
el aprendizaje. Porque le recuerdo, señor Jiménez, que a eso vamos
nosotros a la universidad; a aprender. Y si lo tiene claro -supongo que
lo ha oído decir en múltiples ocasiones-, no entiendo entonces su noción
de ser profesor, y mucho menos su concepto de enseñar,
porque lo que veo en su columna es que usted sería feliz con un salón
lleno de gente experta, sin falencias en aquello que producen, con una
capacidad de análisis y redacción tan perfecta como la suya, de manera
que su tarea se pueda limitar a leer y calificar genios.
Después
de una crítica sobre la disposición de sus estudiantes (que cada vez
iba pareciendo más una crítica a sus capacidades, y por ende tomando un
tono algo ofensivo, como aquel que refleja esa frase “ no pudieron
pasar del resumen”), pasa usted a considerar la posibilidad de que el
problema sea usted, y no ellos, cosa que me parece por lo demás muy
sensata y válida. Lo que si no lo es, es la actitud que toma usted ante
tal consideración. Unas afirmaciones que transpiran sarcasmo, y que se
encargan de lavar sus manos de cualquier indicio de culpa. Creo que
usted y todos nosotros tenemos claro que las presentaciones en
PowerPoint y las películas-resumen no son la mejor herramienta de
aprendizaje. Sin embargo, hay algo que no entiendo. Usted critica,
principalmente, la actitud adormilada de sus estudiantes, su ausencia
absoluta de espíritu crítico y, en consecuencia, sus largos e incómodos
silencios durante sus clases. Ahora le pregunto, ¿cree usted que un
resumen es el mayor fomento del espíritu inquieto y crítico? Cuando un
gran profesor de cine, que tuve hace un par de semestres, me explicó lo
que era el neorrealismo italiano, no tuve espacio para la duda. Si el
decía que era eso, pues yo confiaba en que eso era. Ahora, lo que hice
con el concepto que el introdujo, abrió infinitos escenarios de duda y
debate. Señor Jimenez, humildemente le sugiero, si lo que usted quiere
es dar una clase en la que la crítica, la duda y el debate sean los
protagonistas, que su eje transversal no sea saber hacer un resumen.
¿Qué le puedo preguntar a un resumen? No con esto quiero decir que no
sea fundamental para un editor escribir bien y manejar la economía de
medios y demás, pero creo que sus críticas deberían ser un poco más
coherentes con el tipo de contenidos que usted ofrece en su clase.
Si
usted se queja de que ya no hay estudiantes con un espíritu curioso y
crítico, yo me quejo de que no tengo profesores que siembren en mí la
duda y las ganas de saber. Por que si hay algo que creo firmemente, es
que las ganas de aprender por parte de un estudiante reside, en gran
medida, en las ganas del profesor de que sus estudiantes aprendan. El
semestre pasado, un profesor de apenas 27 o 28 años, hizo que yo
entendiera a Felix Guattari, cuando para mí -antes de tener la fortuna
de ver esa clase- el deseo sólo era interesante si se entendía como las
ganas de follarse al prójimo. Y no sólo yo pude hacerlo. También lo
hicieron otros estudiantes, cuyos énfasis variaban desde periodismo
deportivo a la comunicación organizacional, tan desacreditadas por los
“grandes” investigadores y académicos. Todos, inclusive ellos, quisieron
entender, y el profesor no descansó hasta que lo lográramos. Si sus
estudiantes, al entrar a su clase, no sabían hacer un resumen, su meta
como profesor era enseñárselo.
Volviendo
a su carta, considero una falencia de su parte creer que el único
conocimiento válido es el que reside en los libros. Porque señor
Jiménez, esa es la premisa que está detrás de toda su exposición.
Entiendo que esa pueda ser su visión como editor, y que cuando usted
tenía la edad de sus estudiantes esa fuera la única, pero déjeme
contarle que hay otras formas, y son igualmente válidas. En ese sentido,
creo también que su afirmación según la cual las ideas solo pueden
nacer del silencio y la instrospección es debatible. Si bien algunas de
mis ideas y preguntas -no sólo académicas, sino tambien sobre la vida-
surgen desde ese estado de soledad, muchas otras surgen desde la
interacción; con otras personas y otros puntos de vista. La época en la
que vivimos permite que esas personas y esos puntos de vista se
manifiesten por medios diferentes de la palabra, y no es una desgracia;
es una suerte. Hay blogs de arte, de música, de fotografía, de política,
de diseño, de lo que usted quiera. Y allí mismo, alguien, en cualquier
lugar del mundo, ha condensado una forma de ver la vida. Esta carta es
una prueba de ello. Es una idea, que si bien se materializó en la
palabra, surgió de uno de esos medios que usted tanto critica; Twitter.
Si no fuera por ese medio, tal vez nunca habría tenido noticia de la
polémica que su carta desencadenado, y en ese sentido, esta carta, sin
importar la validez de su contenido, es un argumento en su contra, al
igual que todas las respuestas a favor y en contra que ha recibido hasta
ahora por su carta de renuncia. Creer que los nuevos medios sólo sirven
para que los jovencitos hablen mierda es, como mínimo, ingenuo.
Hice
un conteo similar al que usted hizo con sus estudiantes. He cursado un
total de 29 materias, y nunca he repetido profesor. De esos 29
profesores, 3 me han enseñado algo,
lo que sea, y uno ha hecho el esfuerzo. 25 profesores han pasado por mi
vida desapercibidamente. ¿25 estudiantes no le dieron la talla? Bueno, a
mi 25 profesores no me han dado la talla, y a mi no me pagan; yo pago.
Se que no es su culpa que nosotros los estudiantes no denunciemos este
tipo de cosas. Este es un intento por empezar a hacerlo, como ustedes,
profesores, diariamente lo hacen.
Ahora,
entiendo que se haya cansado de su oficio. Nadie está obligado a
permanecer en un lugar donde no quiere estar. Lo que me parece injusto,
es que la culpa (porque sí, señor Jimenez, hay culpables en su texto y
es claro) sea de sus estudiantes, que “no pudieron” con usted.
Humildemente, creo que su cansancio radica, más bien, en que para usted
la docencia es eso; un oficio. Ser profesor requiere de una vocacion
inmensa, tan grande quizás como la de un médico. Lo invito, señor
Jiménez, con todo el respeto que se merece, a que considere la
posibilidad de usted se haya ido por que se dió cuenta, quizás muy en el
fondo, de que enseñar no es lo suyo.
En esta carta no
le pido que vuelva. La verdad, agradezco la sensatez que reside en el
hecho de haberse ido. Me imagino que a usted no le gustan los médicos
que, durante la consulta, no lo miran a los ojos. A mí no me gustan los
profesores que no pueden asumir la responsabilidad de enseñar. Al igual
que usted, termino esta carta con un incómodo nudo en la garganta.
Victoria Tobar.
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